Unpacking es mucho más que una idea adorable
Osito de peluche.
Siempre hay un pequeño riesgo asociado a los juegos que se hacen populares a través de redes sociales, o que tienen mucho impacto estético: que se queden solo en eso, en la premisa llamativa, y no tengan intención de ir más allá. No es que esté en contra de hacer juegos basados en ideas graciosas y ya está, pero sí me he encontrado algún que otro sinsabor en este sentido. Juegos con apartados artísticos o conceptos muy evocadores que no se desarrollan y dan lugar a una experiencia pasable o mediocre. Así, empecé a jugar Unpacking con un poco de sospecha: ¿habría algo más aquí que un dulce y adorable título de desempaquetar cajitas?
Me alegro mucho de no haberme dejado llevar por el prejuicio porque, la verdad, cualquier atisbo de que Unpacking fuese una gracieta más que un juego interesante se esfumó por completo en el primer contacto. En el juego interpretamos a un personaje que jamás vemos, y que tampoco dice ni una sola palabra. Lo único que sabemos de él lo obtenemos a través de sus objetos. El primer nivel nos insta a desempaquetar las cajas de una mudanza e ir convirtiendo la habitación vacía de un niño o una niña en un lugar habitable. Aprendemos de él que le gusta el fútbol, que guarda un diario, que disfruta dibujando o cuáles son sus peluches favoritos. Cada elemento que sacamos de las cajas es un pequeño recuerdo que nosotros perfilamos con nuestras propias ideas.
A este personaje le acompañaremos durante distintas etapas de su vida, representadas por los distintos cambios en el lugar en el que vive. De la habitación infantil de la casa de nuestros padres nos mudaremos a una residencia universitaria, pequeña, no gran cosa, pero suficiente para ir tirando; desde allí, a un piso compartido con amigos - ¿o desconocidos? - y así sucesivamente. En las distintas mudanzas vamos concretando y perfilando determinados aspectos de la vida y la personalidad de nuestro personaje. Si tener una Game Boy de niño no implica ser aficionado a los videojuegos, la manera en la que siempre hay una consola dentro de sus maletas, ya sea una Nintendo DS, una GameCube o una Wii - van cambiando conforme pasa el tiempo, claro - nos hace entender que, como mínimo, es alguien aficionado. Notamos los cambios en las aficiones, en los hábitos alimenticios, en la ropa; uniformes de trabajo que dejan paso a otros enseres, ropa más discreta que, en algún momento, se decanta más por los estampados o los colores vivos. Hay tanta personalidad en cada objeto que es difícil no proyectar nuestra propia historia sobre ellos, crear una serie de escenarios posibles de lo que podría estar sucediendo. Decidí que mi personaje era zurdo en la primera pantalla, y continué con la idea durante todos los niveles; establecí una lectura sobre por qué había comprado una cafetera y empezó a ser, para mí, la historia real que contaba el juego.
Los objetos que vamos viendo en las sucesivas mudanzas nos cuentan mucho, pero también lo hace el espacio. No puedo desvelar mi giro favorito del juego porque no querría robar a nadie de experimentarlo, pero hay ocasiones en las que un pequeño detalle en la forma en la que tenemos que colocar nuestra ropa o nuestro ordenador puede ser muy, muy revelador. Ser capaz de evocar tanto con una mecánica tan sencilla - coger algo y ponerlo en su sitio, como hacemos tantas veces al día - es una virtud que no esperaba que Unpacking tuviese, pero que consigue desarrollar de manera brillante. Y descubrir una historia entre ropa interior, cepillos de dientes y tostadoras se torna mucho más apasionante de lo que jamás podríamos haber imaginado. Ahora guardo la historia del juego cerca del corazón, y no creo que la olvide en ningún futuro próximo; lo bonito, supongo, es que esa historia sólo es mía, y cada jugador habrá podido encontrar una diferente.