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Análisis de Valfaris

No, no va de El Fary.

Eurogamer.es - Recomendado sello
Muy exigente, frenético y artísticamente impecable, Valfaris es un run 'n gun que pega igual de duro que las guitarras de su banda sonora.

El Heavy Metal es un género musical con tanta diversidad y tanta producción que se podrían escribir miles de párrafos sobre sus características, técnicas, orígenes y demás elementos técnicos para que, al final, llegáramos a la misma conclusión de siempre: cuando escuchas una canción, automáticamente sabes si es metal o no. Tu alma, tu corazón y tu instinto te dicen si esa canción es TRVË o si debes exiliarla junto al resto de géneros que no se forjaron en el yunque de los dioses del fuego, la tormenta y EL METAL.

Y cuando arrancas Valfaris pasa exactamente lo mismo. En cuanto pasan los logos de rigor de sus desarrolladores, pronto empiezan los acordes pesados de una guitarra eléctrica al son de una marcha militar, mientras una figura imponente sujeta una humeante y gigantesca arma de plasma frente a un escenario en el que se dan la mano azules, amarillos y verdes imposibles que se recortan ante su armadura rojo carmesí y su melena azabache. En algún lugar inhóspito, las motocicletas de Manowar rugen de emoción ante una de las estampas más metal que jamás hemos tenido el placer de disfrutar.

Porque el juego de Steel Mantis es eso: heavy Metal en todos y cada uno de sus aspectos. Empezando por la historia; el mundo fortaleza Valfaris, anteriormente en paradero desconocido, ha reaparecido en torno a una estrella moribunda trayendo consigo destrucción y caos para todo lo que en él habitaba. Therion, orgulloso hijo de Valfaris, regresa a su planeta natal para descubrir el destino de su padre y conocer la verdad tras la desaparición de lo que antaño fue un orgulloso planeta. Casi puedo escuchar los solos de guitarra y el doble bombo a toda pastilla mientras narro todo esto con voz bien grave, ataviado con una capucha negra.

Dramatismos aparte, el caso es que cuando el juego da el pistoletazo de salida lo primero de lo que nos damos cuenta es de que el apartado artístico raya a una altura increíble, tanto en lo estético como en lo musical. El pixel art es exquisito, con una elaboración y una capacidad de síntesis increíbles y que, como no podía ser de otro modo, es una auténtica fiesta de todo lo heavy que se os venga a la cabeza. Si ya desde el mismo comienzo Therion viaja en una nave espacial con una cabeza de lobo por frontal el resto os lo podéis imaginar: lobos cibernéticos, espadas llameantes, cyborgs, arañas gigantescas, calaveras por todas partes... casi cualquier lugar en el que pongamos la vista podría ser la portada de un disco de thrash ambientado en el espacio sideral.

Pero no sólo de imaginería estática vive el jugador melenudo, así que toda esa escenografía va perfectamente acompañada de unas animaciones y unos efectos de luz que están al mismo nivel artístico que lo anteriormente detallado. O sea, una auténtica delicia; da gusto ver cómo los disparos iluminan la figura de Therion o cómo las ráfagas de plasma que salen de nuestras armas pesadas recorren todo el escenario mientras reducen a pulpa sangrienta a nuestros enemigos, todo ello mientras la imponente música de Curt Bryant nos martillea constantemente con unas composiciones que son metal en estado puro y que van de la contundencia y velocidad más desatadas a ritmos intermedios ambientando a la perfección todas las batallas y escenarios, siendo uno de los colofones el momento en el que encontramos una nueva arma y, mientras unas guitarras más pesadas que un agujero negro toman la escena, Therion hace headbanging para celebrar tan notorio hallazgo y dedicárselo a astados dioses que asienten complacidos.

Lo cierto es que ya hemos dejado claro que, en el apartado artístico, Valfaris tiene poderosos argumentos. Pero todo eso sin un apartado jugable a la altura se quedaría en un quiero y no puedo. Y aquí es donde hay que poner el primer aviso. Claramente, el título de Steel Mantis no es un plato para el gusto de todo el mundo, y no lo es porque es un run ´n gun con una dificultad bastante elevada. Pero antes de profundizar en ese aspecto, veamos primero la propuesta jugable y decidamos si satisface a esas entidades primigenias que dieron forma al universo con sus dobles bombos y sus bajos en forma de flecha.

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Como ya he mencionado, Valfaris es, en esencia, un título que tiene unas cuantas mecánicas que lo hacen bastante particular. Por un lado, tenemos nuestro armamento base, que serían nuestro fiel espadón, el arma corta y el arma pesada. Además contaremos con un escudo de energía que nos protegerá de los ataques y nos permitirá contener y devolver los proyectiles o bien hacer parrys a los golpes cuerpo a cuerpo. Tanto este escudo como el arma pesada consumirán energía de la misma barra, la cual podremos ir rellenando a base de repartir mandobles con nuestra espada - lo más habitual - o recogiendo orbes por el camino.

Hasta aquí, todo correcto y normal. Las mecánicas novedosas tienen más que ver con el progreso del juego, porque, un poco al estilo de Shovel Knight, las áreas de Valfaris están divididas en zonas demarcadas por checkpoints que activaremos al insertar unos ídolos que recogemos por el camino. La gracia del asunto está en que dichos ídolos también sirven para aumentar el total de nuestra vida, así que cuantos más ídolos portemos más grande será nuestra barra de salud, pero si morimos en el intento el checkpoint estará bastante más lejos. Y si introducimos las variables de que conforme avanzamos en la aventura aumenta el número de ídolos que podemos llevar o que habrá veces que podamos intercambiar estos por más materiales de mejora de armas, la cosa no hace más que mejorar. Los dioses de la disformidad han dictaminado que sin riesgo no hay gloria y nosotros, como meros siervos del metal, asentimos al ritmo de sus pesadas guitarras.

Por si todo esto fuera poco, hay que añadir que Valfaris siempre está poniendo a prueba nuestra habilidad con una gran variedad de enemigos y de situaciones, sin dejar que decaiga el ritmo en ningún momento y reduciendo la exposición del argumento a pequeños interludios que dan las excusas suficientes para seguir adelante. Sí que hay cierto margen para la exploración del mapeado y, además, seguir esa senda no es un tiempo invertido en coleccionables o elementos de nula valía jugable. Aquí, cada secreto descubierto nos lleva a un material, un ídolo o un arma que mejora la experiencia de juego y que hace que merezca la pena estar atento a todos y cada uno de los recovecos del escenario. Lo que no quiere decir que las habitaciones que vayamos a descubrir estén vacías, porque Valfaris no tiene intención alguna de levantar el pie del acelerador en ningún momento; probablemente la habitación sea igual de festiva que la ruta principal, pero al menos tiene premio extra.

Donde quizá encuentro el principal problema de este título sea en ciertos tramos bien entrado el juego y, sobre todo, en los enfrentamientos con los jefes finales. No porque estos estén mal diseñados - que, de hecho, es justo lo contrario, son tan brutales como un disco de Bolt Thrower -, sino por el hecho de que este título, como muchos otros antes que él, tiene una concepción de la dificultad que no está del todo bien calibrada. Al enfrentarnos a ciertos jefes o, como ya he mencionado, a niveles en los últimos compases del título, la cosa empieza a ponerse bastante cuesta arriba. Valfaris es un juego que, simple y llanamente, ni da cuartel ni lo pide: los enemigos y los jefes son inclementes y sus ataques hacen una cantidad de daño brutal, con lo que cualquier error cometido se paga carísimo. Además, los drops de vida son aleatorios y escasean sobremanera, con lo que la práctica totalidad de las ocasiones dependeremos totalmente de nuestros nervios de acero y de ser capaces de remontar una situación que muchas veces se te puede ir de las manos en menos de un segundo. Confía Valfaris, y mucho, en que prestes atención a las dinámicas de los enemigos, que aprendas de ellas y salgas reforzado de cada enfrentamiento e incluso de cada derrota, pero habría que señalar que una mayor dificultad no es sinónimo de que cada impacto que recibe el jugador equivalga a, en algunos casos, un tercio o más de su vida. No obstante, salir victorioso de cada enfrentamiento y mandar al infierno a tus enemigos mientras los guitarrazos llenan el aire se prueba como una experiencia increíblemente catártica.

En última instancia, Valfaris es un juego frenético, muy exigente y consagrado a satisfacer a las deidades del metal. Su estética es un constante homenaje a todos los clichés del género musical más histriónico de la historia, pero siendo plenamente consciente de que en los videojuegos todo vale, encaja a la perfección con un tipo de juego donde el exceso es la norma y tomarse en serio a uno mismo tampoco tiene demasiado sentido. Su nivel de dificultad, la poca permisividad que tiene para con los fallos del jugador y la personalidad tan marcada de la que hace gala quizá no sean la mejor tarjeta de visita para todos los públicos, pero ahí radica una buena parte de su encanto. Dejarse seducir por un título como Valfaris es abrir tu alma, tu corazón y tu instinto a lo TRVË. El resto de títulos se hallan en el exilio junto al resto de juegos que no se forjaron en el yunque de los dioses del fuego, la tormenta y EL METAL.

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