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Análisis de Willy Jetman Astromonkey's Revenge

Era Un Fistro De Mono Pecadorl.

Cumplidor en lo artístico, sólido en lo jugable y con altas dosis de dificultad, Willy Jetman bebe de las 2D clásicas y modernas.

Actualmente se hace mucho hincapié sobre el futuro laboral mientras los pobres estudiantes afectados aún están aprendiéndose la tabla del 4. Que si el área S.T.E.M. parriba, que si qué porcentaje de los trabajos del futuro todavía no existen pabajo y demás titulares que no tenemos tiempo para tratar aquí. Dejando a un lado el hecho de que en mis tiempos antediluvianos eso no se hacía, ¿qué encaje tienen en el futuro las profesiones clásicas? ¿Qué vamos a hacer con algo tan mundano y a la vez tan high-tech como el atasco de una instalación de fontanería espacial? Todas estas preguntas y muchas otras ilustran el trasfondo del juego que hoy nos ocupa pero, sobre todo, han servido a la encomiable función de rellenar esta introducción de forma descaradísima, así que, como la chatarra que las agencias espaciales dejan orbitando alrededor de nuestra amada Tierra, procederemos a dejarlas atrás.

No obstante, Willy Jetman Astromonkey´s Revenge -al que, de ahora en adelante y con vuestro permiso, me referiré simplemente como Willy Jetman- sí nos pone en la piel de un simpático barrendero espacial que, reclutado por Astrocorp, pone rumbo al planeta Gravos para poner remedio a un desastre medioambiental. La causa de la crisis ecológica no es otra que la colisión de la nave de un Astromono -no confundir con "astrónomo" tipo Paco Porras- que, siendo elegantes, estaba más preocupado de leer en el trono que de comprobar la navegación mientras transitaba por un campo de asteroides. Luego pasa lo que pasa, se estrella con el planeta y nos toca a nosotros ir a arreglar el desaguisado. Te parecerá bonito, Astromono.

Pero lo hecho, hecho está, así que nos toca posar dulcemente nuestra nave sobre la superficie del planeta Gravos y dar comienzo a nuestra aventura en un mundo 2D con un estilo píxel-art que, sin ser espectacular, cumple con su función y recuerda tanto a la era de los 16 bits como a títulos como Cave Story o Spelunky, especialmente al configurar sus niveles. Sí cabe señalar que, gracias a las versátiles mecánicas de movimiento de Willy, se permite desarrollar escenarios muy amplios, enrevesados y que incorporan muchísima verticalidad y variedad en su elaboración. Por otra parte, y dentro del apartado sonoro, un puñado de melodías al estilo chiptune nos acompañarán a lo largo de nuestra travesía. Muchas de ellas son pegadizas y encajan perfectamente con el tono desenfadado del juego, pero, bien entrada la historia, se echa en falta una mayor amplitud en el listado de temas. Algo similar nos encontraremos en el apartado de diseño, que se hubiera beneficiado de una mayor variedad en el plantel de enemigos y animaciones en vez de caer en la repetición o el cambio de la tonalidad de algunos de ellos con ligerísimas variaciones en sus ataques, hecho que desluce en cierta medida el resultado final.

Pero no dejemos que eso nos desanime porque los principales méritos de Willy Jetman están en el apartado jugable. El título de Last Chicken Games plantea, a priori, un escenario sencillo: cogemos los restos de chatarra que nos encontremos en un nivel, los llevamos al punto de reciclaje y pasamos al siguiente nivel. Todo a pedir de Greta Thunberg. Lo malo es que entre el punto A (la chatarra) y el punto B (el punto de reciclaje) nos encontraremos con un montón de peligros en forma de fauna del planeta Gravos, recovecos infernales por los que tendremos que abrirnos paso, accidentes geográficos llenos de pinchos que sólo El Altísimo sabe quién puso ahí y demás alegrías que traen los videojuegos a nuestras vidas. Y todos estos obstáculos harán que luchemos a sangre y fuego porque los niveles de castigo por fallo son brutales. Del orden de perder media vida al tocar una especie de rana saltarina al minuto y medio de estar jugando el primer nivel. Así que tendremos que estar atentos a la hora de desplazarnos, tener los nervios de acero manejando nuestro jetpack y aniquilar a toda especie que se cruce en nuestro camino. Un poco por autopreservación, y otro poco por obtener experiencia y pequeñas cantidades de minerales que podremos cambiar por créditos y mejorar nuestras armas y equipamiento, que iremos ampliando con los esquemas que nos encontremos por el planeta. Lo siento, Greta, la vida del barrendero espacial es dura y el que no corre vuela.

Conforme avance nuestra misión lo hará la trama pero también nos daremos cuenta de que el auténtico rey de la fiesta es el desplazamiento por los niveles. Y todo gracias al Jetpack, gadget que marca toda la diferencia. Y es que todas las mecánicas que le rodean son fantásticas. También hay que advertir que nos sentiremos más cerca de Buzz Lightyear que de Iron Man, pero bueno, es lo que hay cuando no puedes aguantarte en el aire eternamente y hay que tocar tierra para recargar el propulsor. Aun y así, podremos controlar libremente nuestro movimiento por el aire, amortiguar nuestras caídas y salir disparados hacia arriba, movimientos felizmente combinables con nuestro desplazamiento normal y nuestro salto de toda la vida, lo que nos dejará un sin fin de posibilidades para recorrer el mapeado. Y más nos vale dominarlas todas porque los retos a los que haremos frente bien entrado el juego requerirán de un pulso firme y nervios de acero. Activar una puerta y llegar antes de que se acabe el tiempo -firebolazos y lava mediante, claro-, recorrer laberintos llenos de mortales trampas o enfrentarnos a enemigos en espacios reducidísimos serán esos pequeños clásicos que nos iremos encontrando para regocijo de los ocasionales espectadores.

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Pero para espíritu clásico lo de ir espolvoreando unos cuantos bosses a lo largo de su metraje. Qué sería de un juego de la vieja escuela sin Jefes Finales. Pues como el champán con tapón de rosca, eso sería. Y si pensabais que iban a levantar un poco el pie del acelerador, pensad otra vez. Porque si el resto de los encuentros exigen altas dosis de concentración, los enfrentamientos con los jefes serán el punto álgido de la dificultad de este título. Luchando contra ellos tendremos que desplegar todas nuestras habilidades de desplazamiento y disparo, memorizar sus rutinas, elegir correctamente nuestras armas y, por si fuera poco, no permitirnos casi ningún fallo porque, en algunos casos, el más mínimo contacto con el rival nos mandará al otro barrio y, por tanto, a cargar de nuevo la partida.

Pero como no todo es drama en esta vida, podremos -y me permito añadir que deberemos- hacer un uso indiscriminado de los puntos de guardado que nos iremos encontrando a lo largo de todo el mapeado. Afortunadamente para nosotros, lo más normal será que estén inmediatamente antes de un duro enfrentamiento o inmediatamente después de una sección especialmente dificultosa. Dios aprieta pero no ahoga... o al menos no demasiado.

Y es que, en última instancia, Willy Jetman es un título que a primera vista es engañoso. Su simpático apartado artístico y su sencillez narrativa esconden un juego exigente, con un control preciso y que bebe de la tradición old-school en apartados como la dificultad mientras se inspira en títulos más modernos para desplegar unas mecánicas y un diseño de niveles llenos de variedad y posibilidades. Frustrante en ciertos momentos y satisfactorio en otros tantos, colecciona muchos aciertos pero adolece de ciertos fallos de diseño y una dificultad demasiado acusada que lo alejan de ser un título recomendable para todos los públicos. No obstante, aquellos que estén dispuestos a dejar a un lado sus aristas se encontrarán con un juego 2D mecánicamente sólido, con unos niveles duros como una roca y unos jefes finales que pondrán a prueba su determinación. Porque esa y no otra es la auténtica marca del barrendero espacial. Una profesión que probablemente no encabezará el ranking de las más demandadas o populares pero que nunca se rinde ante los desbarajustes y los tejemanejes creados por Astromonos y Corporaciones Intergalácticas varias. O algo así. A saber cómo es el futuro... igual es veinte veces más loco aún.

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