Análisis de Wolfenstein: The New Order
Zukünftige alptraum.
El nuevo Wolfenstein, al igual que su protagonista, tiene la sutileza propia de un ruidoso martillo hidráulico. Ambientado en una década de los sesenta alternativa, en la que los nazis han ganado la segunda guerra mundial gracias a una tecnología avanzada que les permite dominar con puño de hierro todo el planeta, no escatima esfuerzos a la hora de mostrarte de la forma más gráfica el horror y el sinsentido del fascismo y el fanatismo propio del tercer reich. Primer aviso a navegantes: hay en The New Order unas cuantas escenas bastante impactantes (estoy pensando en una con Frau Engel en particular) y una violencia extrema constante a lo largo de toda la campaña. Minipunto a su favor.
Esa representación de un mundo en el que la bomba atómica cayó sobre Manhattan, los alemanes llegaron a la luna y los Beatles se llamaron Die Käfer y arrasaron con el disco Das Blaue U-Boot resulta tremendamente convincente, y constituye uno de los aspectos más brillantes de la obra del estudio sueco Machinegames, formado por ex-trabajadores de Starbreeze (aunque nunca de forma explícita, se nota cierta influencia de los juegos de Riddick). Sobre ese sólido escenario se articula una historia más elaborada de lo que cabría esperar, con un locuaz B.J. Blazkowicz que tan pronto degüella a un soldado como reflexiona sobre el amor o el sentido de la vida, pero que también termina siendo un poco risible. Se agradece el intento de dotar a toda la trama de una mayor profundidad emocional, pero en no pocas ocasiones el juego parece tomarse demasiado en serio a si mismo, apostando por una solemnidad que realmente no le sienta demasiado bien y que contrasta con otros elementos mucho más kitsch, propios de una película de serie B como Iron Sky.
Porque en el fondo a un Wolfenstein no se le pide una gran historia, se le exige acción, desenfreno y gore al más puro estilo old school. Y ahí cumple, eso no lo podemos negar: sus tiroteos son rápidos y espectaculares, la auto-regeneración deja paso a los botiquines y puedes llevar todo el arsenal encima en vez de estar limitado únicamente a un par de armas. Eso no quita que también recurra a elementos más modernos, como coberturas, cinemáticas o elaboradas set pieces con scripts, pero The New Order es especialmente satisfactorio cuando deja las distracciones de lado y simplemente te lanza docenas de nazis como si no hubiera un mañana.
El arsenal no se aleja mucho del habitual en cualquier shooter, con pistolas, escopetas, fusiles, rifles de precisión, granadas y alguna que otra sorpresa en cierto capítulo del tramo final, pero tiene un par de detalles muy atractivos. El primero, obviamente, es la atractiva posibilidad de equipar dos ametralladoras o pistolas a la vez al más puro estilo héroe de acción del cine de los ochenta. El segundo es el Laserkraftwerk, un gadget que inicialmente se utiliza para cortar metal (lo cual permite abrir cajones en busca de munición, hacer agujeros en las coberturas para disparar y abrir paso a zonas secretas) pero que más tarde va ampliándose con mejoras hasta convertirse en un rifle laser capaz de pulverizar a los enemigos reduciéndolos a una nube roja de ceniza.
Aunque es evidente que la acción directa - y hasta cierto punto descerebrada - es el mayor aliciente de The New Order, Machinegames también ha introducido alguna que otra secuencia de sigilo y la opción de enfrentarte a varias situaciones de forma más pausada y reflexiva. Es una decisión curiosa, probablemente consecuencia directa de la intención de apelar a un mayor número de usuarios, pero la verdad es que funciona bastante bien y no desentona para nada con la tónica general del resto de la aventura. Muchas zonas se encuentran controladas por uno o dos comandantes que al detectar tu posición piden refuerzos, así que quizás en vez de ir a saco con el gatillo apretado te interese más rodearlos entre las sombras y acuchillarlos por la espalda sin que el resto de tropas se percaten de tu presencia. Siempre puedes gritar un "here's Johnny!" mientras rugen tus dos rifles escupiendo balas, claro, pero es bueno saber que tienes la opción de optar por otro tipo de acercamiento.
Eso, claro, cuando lo permite la IA, que realmente es lo único en este Wolfenstein que puede llegar a chirriar bastante (incluso tras haber instalado el parche day one que, pese a no ser obligatorio, en PS4 ocupa la friolera de 5196MB). Aunque por lo general suele comportarse bastante bien (los nazis flanquean, trabajan en equipo y usan las granadas para obligarte a salir de los escondrijos), en ocasiones - no muchas, insisto, pero están ahí - presenta problemas obvios: soldados que no se dan cuenta de que estás justo delante de ellos o algunos que se atascan al cruzar una puerta, por ejemplo. En niveles de dificultad más altos los enemigos oponen más resistencia, pero no por ser más inteligentes, sino por necesitar muchas más balas para ser derribados.
Otro elemento moderno es la obtención de perks (aquí llamados 'ventajas') en cuatro categorías: sigilo, táctica, asalto y demolición. Se consiguen automáticamente cumpliendo objetivos, como matar X enemigos con una determinada arma o eliminar varios comandantes sin ser detectado, y te recompensan con nuevas habilidades, mejoras en el arsenal y algunos modificadores para Blazkowicz. Sin embargo, muchas de estas ventajas tienen una importancia mínima en el desarrollo del juego, siendo las más útiles las de sigilo, así que probablemente acabarás tratando de conseguirlas todas más por obtener los trofeos relacionados con ellas que por otra cosa.
También es un juego cargado de coleccionables, ya sean cartas, discos, objetos de oro o ilustraciones que se obtienen al realizar acciones muy determinadas o descubriendo zonas secretas. Lo más interesante, en cualquier caso, son las piezas para los puzzles Enigma, con los que se pueden desbloquear cuatro modos adicionales, como el 999 o el Hombre de Hierro, y que exigen cierta atención a las pistas que encuentras a lo largo de la partida, ya que el objetivo final es descubrir ocho claves numéricas que no son ni mucho menos sencillas (excepto la primera).
Tu primera partida puede durar fácilmente más de quince horas (aconsejaría, además, jugarlo directamente en difícil), y todos esos coleccionables fomentan mucho la rejugabilidad. Hay también una elección al final del prólogo que tiene consecuencias argumentales y en el desarrollo, puesto que según lo que escojas - y no entraremos en detalles para evitar spoilers - se te otorga la habilidad de forzar cerraduras o hacer puentes. Todo esto compensa bastante la ausencia de multijugador: es un juego claramente enfocado al público que busca una campaña larga y completa, y que no pierde el tiempo en añadir modos online que, al final, poco tendrían que hacer contra el Call of Duty de turno.
Usar el id Tech 5 desarrollado por John Carmack para RAGE (y que también usarán en un futuro próximo The Evil Within y Doom 4) garantiza que The New Order se mueva a unos estables y suavísimos sesenta frames por segundo, algo que sin duda beneficia al dinamismo de los tiroteos y a la respuesta del control, pero también desaprovecha buena parte de la potencia de las consolas de nueva generación al estar más pensado para Xbox 360 y PlayStation 3. Aunque gráficamente en ningún momento luce mal, ni mucho menos, sí que hay unas cuantas texturas que cantan en exceso cuando se ven de cerca y limitaciones en las físicas que hacen que muchos elementos del escenario sean incomprensiblemente indestructibles, pecados que ya cometía el último juego de id Software y que parecen inherentes a este motor. Estamos claramente ante otro título que se ve bien, pero que podría dar mucho más de si si no estuviese lastrado por la anterior generación.
Al final Wolfenstein: The New Order destaca sobre todo por su fantástica ambientación y consigue recuperar con notable éxito el formato del FPS old school que tanto echábamos de menos, aderezándolo con algunos elementos modernos que no sólo no desentonan en la fórmula, sino que aportan un plus curioso e interesante. Le pierden y alejan de la excelencia, sin embargo, su evidente herencia intergeneracional a nivel técnico, una IA mejorable y una inexplicable obsesión por buscar una seriedad que el material no pide en ningún momento. Aún así, no nos engañemos: lo nuevo de Bethesda no es especialmente innovador, pero resulta satisfactorio y francamente recomendable, ni que sea únicamente por su valentía a la hora de ofrecer un shooter basado en la campaña individual que se aleja tanto como puede de la genérica senda marcada por las tendencias de los Call of Duty y los Battlefield que han inundado el género en tiempos recientes.