Análisis de Wolfenstein: The Old Blood
Expansión de la vieja escuela.
Es cuanto menos curioso que un estudio joven como MachineGames, formado por antiguos trabajadores de Starbreeze, haya conseguido recuperar mecánicas y formas de hace casi dos décadas con mayor éxito que otros equipos más experimentados. Con Wolfenstein: The New Order supieron poner al día una franquicia clásica mezclando componentes muy old school con convenciones más actuales, y ahora, con Wolfenstein: The Old Blood, recuperan la filosofía de las viejas expansiones de los juegos de los noventa en contraposición con el limitado - y a veces injustificado - DLC moderno.
The Old Blood se ambienta antes de los sucesos narrados en The New Order, en un 1946 alternativo en el que los aliados están perdiendo la gran guerra ante la maquinaria nazi. B.J. Blazkowitz repite como protagonista, con la misión de recuperar unos documentos que permitan dar un vuelco a la situación. La historia se divide en dos partes; la primera en el castillo de Wolfenstein con el sádico Rudi Jäger como principal antagonista y la segunda en la ciudad de Wolfsburg, cuando intentamos acabar con la otra gran villana, Helga von Schabbs.
Dividir el juego en dos episodios bien diferenciados con toques de serie B permite al estudio sueco ofrecer una experiencia bastante completa. La primera mitad de la aventura mantiene un corte más clásico, con tiroteos y sigilo en un entorno familiar, mientras que en la segunda se destapa la influencia del clásico Return to Castle Wolfenstein con una mayor presencia de elementos esotéricos y, como parece ser norma en tiempos actuales, los inevitables zombis.
Pero más allá de esta división estructural, que es más bien anecdótica, lo que ofrece The Old Blood es similar a lo que ya vimos el año pasado. Aparte de resultar lógico, por su naturaleza de expansión, eso es bueno: se mantiene el inteligente diseño de niveles que permite al mismo tiempo un acercamiento sutil con sigilo o directo a lo mapache puesto de coca hasta las cejas, un arsenal contundente con pistolas y rifles que pueden usarse a dos manos, los botiquines, un árbol de habilidades desbloqueables al cumplir diferentes objetivos (aunque en esta ocasión, y debido la menor duración de la aventura, no es tan extenso como el de The New Order) y diversos coleccionables para fomentar la exploración de unos escenarios que son más lineales, pero igualmente amplios.
Las armas eran uno de los componentes esenciales y más trabajados en el Wolfenstein de 2014, y en esta expansión vuelven a tener un papel protagonista. Algunas repiten (la pistola, la SMG y la ametralladora) y otras (la escopeta o el rifle) han recibido un lavado de cara para adaptarlo a una época previa a la de The New Order, pero hay un par de novedades importantes. Por un lado está la Kampfpistol, una pistola que dispara potentes balas explosivas, y por el otro la tubería, que complementa al cuchillo. Su importancia va más allá de lo puramente ofensivo (como arma cuerpo a cuerpo o para ejecutar soldados por la espalda con sangrientos resultados), siendo además una herramienta que podemos usar para escalar por las paredes, romper cajas para forzar puertas.
Centrado una vez más en la campaña individual (no hay ningún componente multijugador), en esta ocasión MachineGames parece apostar más por el fan service que por esa enfoque narrativo que nos sorprendió en The New Order. La historia es, comprensiblemente, más sencilla en esta expansión, pero también lo es el desarrollo de los personajes y sus motivacions. En cierto modo, y contrariamente a lo que podría parecer, esto no solo no es un reproche, sino que es algo que incluso le sienta bien: una de las cosas que menos me gustaron del reboot eran esos momentos serios y profundos, que creaban una extraña disonancia con la acción desenfrenada difícil de digerir. Aquí hayan decidido ir más al grano e incluir más guiños para los fans, lo cual produce una experiencia más cohesiva y lógica con lo que se espera de un shooter que pretende recuperar las sensaciones de los clásicos del género.
Al centrarse en el PC y las consolas de nueva generación y dejar por el camino las versiones para PlayStation 3 y Xbox 360, The Old Blood también se libera de un lastre técnico que permite mejorar un poquito el apartado gráfico manteniendo los sesenta frames por segundo, aunque parece que el motor idTech 5 ya no da para mucho más. Lo que no ha mejorado es una inteligencia artificial que sigue siendo obtusa y algo errática en más ocasiones de las que nos gustaría, aunque cumple en su objetivo a la hora de ofrecer un reto a la altura del bruto protagonista del juego.
Si no jugaste en su momento a Wolfenstein: The New Order, The Old Blood es una forma accesible, por su ajustado precio y por no necesitar el juego original, de probar de primera mano si el pirotécnico cóctel añejo de MachineGames puede ser de tu agrado. Y si ya disfrutaste el año pasado del regreso por todo lo alto de la franquicia, aquí encontrarás otra oportunidad para sumergirte una vez más en ella y volver a disfrutar de todo aquello que hizo del reboot producido por Bethesda uno de los mejores shooters de 2014. Una expansión chapada a la antigua para un juego chapado a la antigua, en definitiva, con un poquito para ofrecer a todo el mundo.