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Avance de Xenoblade Chronicles X

Veinticinco horas en el impresionante RPG de Monolith para Wii U.

Siempre ha habido cierto aspecto desafiante en la saga Xeno de Tetsuya Takahashi, una serie de proyectos que nunca han permitido que las circunstancias se interpongan a su ambición. Xenogears y Xenosaga eran profundas y complejas épicas cinemáticas con conocidas limitaciones, mientras Xenoblade Chronicles se mostraba como la obstinada prueba de que los juegos de rol japoneses todavía eran capaces de sorprender y de que la modesta Wii podía hacer realidad su ostentosa visión.

Xenoblade Chronicles X, el sucesor espiritual exclusivo para Wii U del juego de 2010, vuelve a mostrar esa faceta. En un año en el que no ha habido precisamente escasez de buenos mundos abiertos, Monolith Software los supera a todos en términos de escala, ambición y espectáculo puro, en la que precisamente resulta ser la consola menos potente. Ni el excelente sigilo en Afganistán y África de The Phantom Pain ni la intriga en los Reinos del Norte de The Witcher 3 se pueden comparar a la belleza que puedes encontrar en Xenoblade Chronicles X.

Es casi seguro, de hecho, que nada puede igualarlo en términos de tamaño. No hay una métrica definida para medir mundos abiertos -ya sea el tiempo que tardas de ir de una punta a la otra o las veces que puedes meter un Skyrim o una Los Santos en una de estas tierras virtuales- así que prefiero cuantificar la inmensidad de Xenoblade Chronicles X en función de las veces que me deja sin aliento a lo largo de las dos docenas de horas que he pasado con él hasta ahora.

Una de las cosas en las que desgraciadamente X no supera a su predecesor es en la banda sonora. La música más rockera de Hiroyuki Sawano está bien, pero no está a la altura de las estupendas composiciones de Yasunori Mitsuda en el original.

Ver como se pone el sol en los desiertos de Oblivia, perderte entre los exóticos toldos con neón de Noctilum durante una tormenta, ver como un meteorito sobrevuela la noche en Silent Marsh o escalar la imposible geología de Primordia mientras miras como los Lepyx pasean entre la alta hierba. Todo eso y mucho más.

Tras veinticinco horas con la versión final en inglés de Xenoblade Chronicles apenas he empezado a explorar el tercero de los cinco continentes que componen Mira, y el Mech -llamado Skell en esta versión- que me permitirá moverme entre ellos más rápido todavía no estará a mi disposición hasta dentro de seis horas, por lo menos. Incluso si jugaste al Xenoblade Chronicles original no estás preparado para el volumen de contenido que te espera en el nuevo juego.

Aunque de secuela de Xenoblade Chronicles solo tiene el nombre y su ambiciosa premisa de mundo abierto. La base es una amalgama de clichés que pronto deriva en una buena mezcla de historia y sistemas; como muchos otros héroes de RPG despiertas con amnesia y descubres que formas parte de un grupo de supervivientes, refugiados de un planeta consumido por una guerra intergaláctica que se encuentran atrapados en el extraño planeta de Mira.

El doblaje regional regional de Xenoblade Chronicles es cosa del pasado, aunque no lo echo de menos porque el nuevo doblaje es menos intrusivo. Es una pena, eso sí, no tener una opción para escuchar el original en japonés.

Pero aquí la historia no es lo más importante. A lo largo de las sesenta o más horas que me llevará llegar hasta el final solo hay doce misiones centrales, y a diferencia del Xenoblade Chronicles original tampoco hay un protagonista con nombre y voz. En vez de eso controlar un avatar que puedes esculpir de forma limitada (también tienes algo de interacción en las cinemáticas con opciones de diálogo en texto). Es otro paso para alejarse de la fórmula más cinemática de Xenogears, que ahora parece aún más distante.

Pero también es un paso en la buena dirección. El mundo de Xenoblade Chronicles X está muy bien construido, bajo una pátina de anime que es un poco más obvia que antes. El descubrimiento se usa como mecánica, más allá de los Puntos de Batalla que aparecen en cada nuevo lugar; como pionero en estas tierras extrañas estás mapeando este territorio más allá del hub de New Los Angeles, colocando marcadores y pods para colorear el enorme mapa. Hay algo de los mundos abiertos de Ubisoft en la forma en que lentamente dejas tu impronta en el mapa, pero no dejes que eso te asuste.

Al igual que ocurría con Xenoblade Chronicles, hay cierto espíritu de generosidad en X; todo ese espacio no significaría nada sin cosas con qué llenarlo, y los sistemas de este RPG son tan ricos y variados como la flora y fauna de Mira. Tras dos docenas de horas sigo perdido en ellos, porque son muy profundos; debes preocuparte, por ejemplo, de la afinidad con los nuevos miembros de tu grupo, dándoles armas y recursos. Es complejo, pero también está hilvanado con esa misma sensación de descubrimiento que envuelve a todo Xenoblade Chronicles X.

La distancia de dibujado de Xenoblade Chronicles X es una auténtica locura. El detalle del horizonte ayuda a vender la escala que tiene Mira.

El combate es, una vez más, tipo MMO, una mezcla de acción en tiempo real con estrategia administrando varios contadores, haciendo malabares con varias cuentas atrás al tiempo que mantienes a tu equipo en forma para derrotar a los enemigos. Hay un cierto elemento de precisión que, dependiendo de tu gusto, puede ser monótono o gentilmente rítmico. Personalmente creo que es el acompañamiento perfecto para la exploración, y produce cierta satisfacción juguetear con cada personaje de tu grupo, con sus habilidades y artes, para conseguir que sea un equipo más eficiente.

El ritmo tranquilo de Xenoblade Chronicles X no será del gusto de mucho, y la forma en que esconde las misiones de la historia tras abstractos requisitos que a menudo no están relacionados puede ser una fuente de frustración. Pero a mi la fórmula me ha encandilado, y eso que acabo de empezar: tengo dos continentes por descubrir, así como una parte online a lo Monster Hunter en la que grupos de cuatro jugadores se enfrentan a aventuras únicas. Y también hace nada que he empezado a decorar mi barracón personal, muy al estilo Animal Crossing, pintando sus paredes de metal con un sorprendente color rosa.

Hay muchas sorpresas más en el horizonte. Ahora mismo, con su combinación de exploración, vivaracha ciencia-ficción y profundos sistemas, creo que estoy atrapado en una peculiar mezcla entre Final Fantasy XII y Phantasy Star Online. Y no podría estar más contento, la verdad.

Traducción por Josep Maria Sempere.

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