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Análisis de Yooka-Laylee

El día de la marmota.

Curioso caso el de este juego que, siendo exactamente lo que prometía, no llega a ser lo que se esperaba.

Decir que Yooka-Laylee resulta familiar, no solo al ver según qué juegos de dudoso desarrollo en Steam, es una perogrullada de manual. Al fin y al cabo el propósito de su exitoso Kickstarter fue desde el principio restaurar y sacar brillo a los juegos de plataformas de antaño, con guiños a los Donkey Kong 64 o Banjo-Kazooie de toda la vida. La palabra "sucesor espiritual", tan de moda en el mundo del entretenimiento e hinchando una presumible burbuja en el de los videojuegos -y si no, tiempo al tiempo-, es aquí medianamente lógica, aunque resulta todavía más acertado decir que estamos frente a un calco, una copia escala 1:1 que se recrea en los aciertos de la época del mismo modo que se zambulle de cabeza y con doble tirabuzón en muchos de los errores presumiblemente superados.

Puede parecer una exageración, pero no engaño a nadie si digo que Yooka-Laylee pretende cogerte por la pechera y gritarte a la cara "¿Te acuerdas de esto? ¿TE GUSTA YA?". La mejor comparación que se me ocurre es con las member berries, las irónicas y peligrosas bayas introducidas por South Park en su última temporada que amenazaban el status quo con una mezcla de embriaguez emocional y nostalgia mal entendida, y si tenemos en cuenta los paralelismos entre muchos de los personajes, las situaciones o el propio desarrollo de los niveles con sus homólogos de Nintendo 64 (uuuh, 'member?) veremos que apenas hay diferencias entre la parodia ácida de la serie y este descafeinado homenaje.

De entrada es por eso que nuestra pareja protagonista, un lagarto antropomórfico y un irreverente murciélago hembra que funcionan como skin alternativa de los anteriormente conocidos como oso y pájaro, no llega a tener el carisma de otros personajes similares dentro de su género, ya que son poco más que una repetición de características vistas antes en otras obras. Tampoco ayuda el que, aunque existan ciertamente momentos solventes en lo técnico y algún que otro lugar catalogable como "bonito", la mayor parte de diseños vengan heredados de aquel estilismo cuadriculado de otras épocas, dando la impresión de ser más una revisión en alta definición que un apartado gráfico propio, rotundo y preciosista.

Conociendo todas estas reminiscencias es difícil que el argumento pille a alguien por sorpresa: El presidente de una malvada corporación y su segundo al mando, un abejorro gigante y un pato cyborg (bueno, esto igual sí), deciden absorber toda la literatura del mundo con una máquina gigante para sacar beneficio de ella. Incidentalmente, nuestros héroes ven salir por los aires las 150 páginas doradas del libro mágico que acaban de obtener, iniciándose una búsqueda a través de cinco mundos y un escenario principal con el fin de amasar distintos movimientos con los que enfrentarnos a los dos antagonistas y recuperar nuestro preciado ejemplar. La progresión, por tanto, consiste en ir obteniendo páginas para acceder a las distintas pantallas y plumas doradas con las que comprar esa especie de poderes, que incluyen desde rodar con la contundencia de una bola de bolos a un golpe sónico o volar por medio de nuestras minúsculas alas.

Yooka-Laylee es una copia escala 1:1 que se recrea en los aciertos de la época del mismo modo que se zambulle de cabeza y con doble tirabuzón en muchos de los errores presumiblemente superados.

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Lo que en principio suena sencillo acaba convirtiéndose en una mezcla de emociones, que van desde la diversión genuina al hastío más absoluto. Como sucede en otros modelos de juego creados y explotados por, digamos, compañías francesas, el mero hecho de recolectar cosas, descubrir y explorar es de por sí gratificante, y activa inevitablemente en nosotros un diógenes interno que nos lleva a perder incontables horas, en este caso más de treinta, en limpiar cada rincón de objetos flotantes. El problema no está tanto en el volumen, que aún así agradecería ser más comedido, como en la obligación de estos, en un claro intento por alargar artificialmente el tiempo total haciendo que perdamos el nuestro. De ahí que, por ejemplo, debamos obtener un número de páginas no solo para desbloquear cada mundo sino también para ampliarlo y acceder a partes adicionales de este con más ítems; o que se nos pida un número relativamente obsceno, por elevado, de páginas para poder enfrentarnos al jefe final.

Dejo para el final la estructura de los mundos, similar -otra vez- a la de Banjo-Kazooie, con puzles basados en el uso de nuestras habilidades y encargos realizados por distintos personajes que van saltando con nosotros de nivel en nivel para plantearnos el mismo reto con alguna que otra variación. En este festival de la repetición no falta nada, desde jefes en cada escenario a un limitador de uso de nuestros poderes, recargables esta vez mediante mariposas en vez de plumas rojas. Por estar, están incluso las transformaciones en otros seres y objetos, que sirven además para poner de manifiesto los otros dos grandes problemas del juego: Un control a menudo ingobernable, sobre todo a la hora de ejecutar nuestros movimientos especiales; y una cámara mejorable, con escasos momentos de lucidez y una tendencia más o menos habitual a cegar nuestro entorno más inmediato, entorpeciendo nuestro paso.

Es difícil no sentirse decepcionado por todo lo anterior, pero mentiría si dijese que no lo he pasado bien. En los momentos en los que se las apaña para funcionar, el correctísimo apartado musical nos envuelve y conseguimos resolver un rompecabezas o superar un reto gracias a nuestra habilidad es inevitable sentir una breve satisfacción, quizás como reflejo de esa añoranza por los recuerdos vividos a los mandos hace diez, quince, veinte años. Otras cosas, como el hecho de ir descubriendo nuevas habilidades -de ahí que no describa en exceso ni esto ni la temática de los mundos- o las máquinas recreativas de Rextro, cargadas de pequeños minijuegos similares a los que podría haber en una Game & Watch, dejan espacio para la sorpresa y hacen que podamos considerar incluso su buen hacer. Pero es todo una farsa, en cuanto puede ser la nostalgia cegándonos o un momento oportuno que a duras penas se mantiene en el tiempo, convirtiendo nuestro leve estado de optimismo inicial en una pasividad fruto de su incapacidad de innovar, de hacer algo inesperado o mejorar lo ya presente.

Como Bill Murray en "Atrapado en el Tiempo", Yooka-Laylee vive su día de la marmota particular, repitiendo una y otra vez los mismos errores de antaño para poder escapar de un bucle infinito y desesperante. Es cierto que técnicamente cumple al pie de la letra los deseos de miles de personas que pusieron dinero para revisitar aquellos maravillosos años, pero una vez refrescada nuestra memoria nos damos cuenta de que es mejor, tal y como hacía Phil al final del film, aceptar que el cambio es tan inevitable como necesario; que es conocernos a nosotros mismos y ser conscientes de nuestros defectos lo que nos hace avanzar, romper la crisálida y mirar hacia delante sin tener que volver nunca la vista atrás.

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