Análisis de Yoshi's Crafted World
Art Attack.
Una de las principales dudas que me surgieron cuando vi el primer tráiler de Yoshi's Crafted World allá por 2017 fue si la profundidad por la que apostaba, ese 2,5D con el que podemos interactuar con los objetos que hay en primer y segundo plano de la pantalla, iba a ser algo que se explotaría jugablemente o tan solo un bonito decorado. Me preguntaba si en esos escenarios hechos de cartón, restos de tetra brick, ceras y vasos de plástico que parecen haberse sacado de una clase de manualidades podría realmente darle la vuelta a todo con un culatazo cuando me viniera en gana tal y como se intuía, o si por el contrario el giro de 180 grados de los escenarios iba a quedarse en algo anecdótico. Si me serviría para echar un vistazo entre bambalinas y romper la cuarta pared para ver de qué estaba hecho todo eso, para descubrir si las nubes que cuelgan eran recortes de plástico pegados con celo, y encontrar detrás más monedas, caminos y corazoncitos con los que recompensarme, y una perspectiva distinta del nivel. Era la idea que más me llamaba la atención, porque implicaba llevar el diseño un pasito más allá aunque la mosca detrás de la oreja me susurrara que quizá era un concepto demasiado ambicioso para un Yoshi. Una recopilación de manualidades, como decía, que me permitiera jugar como si el propio juego fuera una manualidad más; tocar esto, girar aquello, tumbar lo otro. Con el juego ya en la mano podemos afirmar que se trata más bien del segundo caso que del primero, porque es cierto que en Crafted World hay un montón de objetos con los que podemos distraernos y practicar puntería en el fondo y en el frente para encontrar unas monedillas detrás o sorprender a un Shy Guy que se creía oculto, y también hay algún que otro camino que nos desvía del principal y nos lleva adelante o atrás, o interruptores puntuales que giran, efectivamente, el escenario 180 grados para cumplir algunos retos, como recoger todas las monedas azules o hacernos con una preciada florecilla de carita sonriente. Pero no hay un botón dedicado, no hay un culatazo, que permita darle la vuelta a todo en cualquier momento para verle las costuras, ni que amplíe las posibles rutas a la hora de afrontar los escenarios. Previsiblemente, te lleva mucho más de la mano.
Es, en efecto, una mecánica más anecdótica cuyo meollo se ha reservado para ampliar el reto y la propia duración del juego. Porque una vez superado un nivel en su anverso, podemos volver a jugarlo eligiendo su reverso antes de iniciar la partida para encontrar a tres adorables Poochitos (los cachorritos de lana) escondidos por sus rincones, y si antes os hablaba de la ligera decepción que supone no poder verle las costuras a voluntad a estas manualidades por las que recorre Yoshi es cierto que la irrupción de los Poochitos es un poco eso (aunque sea cuando el juego quiere, no tú), porque al jugar en ese modo uno puede corroborar más si cabe el trabajo y la dedicación que se ha puesto para que todo parezca hecho de cartón, plástico y papel. Ver esas costuras. En ese sentido, la atención por el detalle que desprende Crafted World hace honor a su nombre, y se acompaña de un ligero efecto de stop-motion en algunas escenas cinemáticas y animaciones para acentuar todavía más el guiño a la plastimación; mientras jugaba no dejaba de preguntarme lo bonito que sería una serie de Yoshi con ese estilo, a lo Wallace y Gromit. Dejando eso claro, lo que propone Crafted World es otra aventura en 2D de corte tradicional que, como Woolly World, hace gala de una personalidad única y una dificultad por debajo de la media que va aumentando ligeramente a medida que avanzamos por los niveles. Nada nuevo en este sentido: Yoshi sigue siendo Yoshi y se sigue controlando como Yoshi, con esos saltos apurados que le mantienen en el aire durante unos segundos para ganar unos centímetros de altitud más y la habilidad para comer todo lo que se ponga por delante y transformarlo en huevos que luego puede usar como munición (no voy a ponerme ahora a diseccionar la anatomía yoshiana, vaya, ya sabéis de lo que hablo).
La mecánica de lanzar huevos es, junto al salto, el principal ataque del que disponemos, y aunque se añadan nuevos planos al 2D con los que podemos interactuar en realidad no deja de ser todo un poco de mentirijilla. Al prepararnos para lanzar uno aparece el punto de mira de toda la vida que podemos desplazar arriba, abajo a izquierda o a derecha (a diferencia de otros Yoshi, el punto de mira no se mueve solo y no hay que mantener el botón de lanzamiento; esto último se puede cambiar en opciones, pero viene así por defecto), con la peculiaridad de que ahora el juego destaca los objetos que estén en primer o segundo plano cuando pasamos por encima para hacernos saber que Yoshi está apuntando a otra zona. A veces funciona mejor, otras funciona peor, pero no suele ser rápido y preciso, sobre todo cuando necesitamos actuar de forma ágil en un reto para conseguir esa preciada flor sonriente antes de que desaparezca. Eso me lleva a otro punto que siempre sale a relucir cuando hablamos de estos juegos, porque es cierto que, al igual que Woolly World o Kirby's Epic Yarn, el verdadero reto no está en llegar al nivel del jefe final (algo bastante asequible, sobre todo si optamos por el modo relajado con el que Yoshi puede mantenerse en el aire mucho más tiempo), sino en conseguir todos los coleccionables, en reunir todas las florecitas sonrientes, los corazoncitos, los Poochitos y las cientos de monedas repartidas por los escenarios. La exploración a la que alienta constantemente es un elemento clave en su rejugabilidad, y precisamente las monedas, además, nos permiten desbloquear unos trajes temáticos para vestir a Yoshi y aumentar la cantidad de golpes que puede recibir. Si os gusta exprimir los juegos y de paso ampliar el fondo de armario, ahí tenéis otro coleccionable más.
Lo que no se puede decir, vaya, es que no sea original y creativo, los adjetivos que mejor definen a este Crafted World y a los que más nos tiene acostumbrados Nintendo. Por supuesto hay escenarios para todos los gustos: hay selvas repletas de animales recortables, zonas áridas con fósiles de dinosaurios, mansiones con payasos asesinos, naves espaciales o antiguos palacios japoneses, todos ellos como si fueran maquetas construidas por tu sobrino de diez años. Por eso, y porque tampoco es un Dark Souls, nunca se hace pesado avanzar, porque siempre hay algo para descubrir y sorprenderse, y porque a esa variedad se suman una serie de niveles en forma de retos que suponen un agradecido paréntesis entre tanto plataformeo y que se disfrutan especialmente: en uno de ellos debemos avanzar mientras el nivel hace scroll lateral y aparecen y desaparecen paneles que solo nos dejan ver la sombra de Yoshi; en otro tenemos que controlar un coche que funciona con energía solar, por lo que corre más si le da la luz del sol; también hay uno en el que hacemos lo propio con un avión, controlando su ascenso y descenso moviéndonos por su superficie. Es precisamente en estos niveles tan imaginativos donde el uso del 2,5D es más efectivo y donde más se acerca al concepto de "juguete", porque se nota que la libertad a la hora de diseñarlos ha sido mayor.
Sobre el apartado más técnico poco puedo deciros yo, porque para eso tenemos ya a Digital Foundry que son los que saben de lo que hablan, pero básicamente estamos ante un juego que usa el Unreal Engine 4 y que opta por una resolución dinámica que varía según lo que suceda en pantalla, y cuyas aristas son mucho más apreciables cuando jugamos en el modo TV. Dicho de otro modo, se ve mejor en modo portátil aunque no alcance los 720p, porque jugarlo en una tele Full HD o 4K deja en evidencia unas carencias que de otro modo pasan más desapercibidas. Tecnoverborrea, en todo caso, que importa poco aquí, porque más allá de eso Crafted World mantiene un framerate estable que oscila entre los 50 y 60 frames, y porque, seamos sinceros, en ningún momento las cifras sobre la resolución suponen una traba para disfrutarlo.
Se suma a eso un cooperativo correcto que sirve para echarse unas risas en compañía y una música alarmantemente repetitiva que depende hasta la saciedad el tema principal y que suena incesantemente, salvo honrosas excepciones, en sus tres o cuatro variantes (dejadme hacer un paréntesis aquí para deciros que llevo cuatro días con su tema principal clavado en el cerebro y que, efectivamente, escribo esto mientras todavía revolotea por mi cabeza, es un poco enfermizo). Da un poco de bajón teniendo en cuenta las maravillas sonoras que nos regaló Yoshi's Island, pero es cierto que seguir esperando algo así, vistos el tiempo pasado y los antecedentes, quizá es pecar un poco de ingenuo. No es un Tropical Freeze, pero a pesar de eso, Crafted World perfecciona la fórmula de Good Feel con un estilo único repleto de personalidad, soltando una idea tras otra constantemente y premiando más que nunca la intrincada exploración. Es, en efecto, una manualidad de propio derecho.