A Boy and His Blob
Un abrazo amoroso.
Si esto de los videojuegos ya os molaba durante los pasados 80 seguramente recordaréis un título para NES llamado A Boy and His Blob, de 1989. Quizás recordéis su enorme área de juego, su curiosa mecánica o su ridículo enemigo final. Seguramente lo recordáis con cariño. O quizás no. Y es que en realidad, muchos de los que lo jugasteis no lo recordaréis por ser innovador o estrafalario, muchos lo recordaréis, porque a diferencia de los estándares de aquellos tiempos ese juego fue un auténtico bastardo en aquel momento.
Para todos aquellos que no tuvisteis la oportunidad de jugarlo estas eran sus premisas: Un chico, como no quiera la cosa, se hace amigo de una especie de Flubber viscoso, y ambos inician una aventura con el objetivo de salvar el planeta de este último, Blobolonia, de un malvado dictador. Blob no puedo hacerlo solo, necesita al chico para que le guíe por un entorno que desconoce, el planeta Tierra. Así, las gominolas de diferentes sabores que el chico va recolectando por el camino se convierten en el medio principal para avanzar, ya que gracias a ellas Blob puede transformarse en diferentes objetos (dependiendo del sabor de la gominola, claro está). Gracias a este poder, los dos personajes pueden sortear todo tipo de obstáculos, llegar a lugares altos con una escalera, superar un gran agujero con una pasarela, etc.
Por aquel 1989 aquella delicada sinergia entre el rígido pero versátil Blob y el indefenso pero motivado chico resultó en un concepto de juego adorable, talmente como si rodaran una buddy movie con Jim Carrey y Eddie Murphy. Los problemas que se iban encontrando era una gran oportunidad de probar diversas cosas, en lo que no dejaba de ser un ejercicio de ensayo y error. El hecho de que caer de un agujero que ocupara más de una pantalla ya acababa con la vida de nuestro personaje era algo que te obligaba a probar y al final descubrías la forma más adecuada de cubrir estos agujeros gracias a la ayuda de nuestro insoluble compañero. Conseguir las gominolas adecuadas también era un tema importante y ver sus efectos toda una sorpresa. En total teníamos cinco vidas, y es que antes sí que eran tiempos difíciles.
Si tuviera que hacerse un remake de este juego, el nuevo A Boy and His Blob necesitaría algo más que la obvia actualización de sus gráficos. Quizás parte de esta elevada dificultad debería ser mitigada para no ser un juego tan duro para los tiempos que corren, especialmente en lo que se refiera a la naturaleza aleatoria de las muertes, y a su vez debería potenciar la exploración. Eso sí, todo ello sin olvidar que el reto también formaba parte del proceso, al igual que los puzzles eran el núcleo de su jugabilidad.
Afortunadamente, parece que en la desarrolladora WayForward están haciendo en un buen trabajo con este remake. La premisa sigue siendo la misma, aunque todavía más fantasiosa y desasociada de la realidad, con un buen número de escenarios que deberemos atravesar de forma colaborativa para acabar con el yugo de la opresión en el empalagoso mundo de Blobolonia. Las gominolas siguen siendo la clave del juego, pero ahora son infinitas, aunque limitadas en cada escenario, cosa que hace que el jugador no deba planificar su suministro para toda la aventura como pasaba en el título original.
Todo (el agua, los enemigos, caerse) continua acabando con la frágil vida de nuestro héroe infante, pero ahora las vidas ya no están restringidas y encontramos diversos puntos de reinicio a lo largo de los escenarios, que asimismo se encargan de dividir los niveles en diferentes secciones. Como siempre, nuestro amorfo compañero se convertirá en toda suerte de objetos útiles, pero también tendremos las posibilidad de silvar para que se transforme en una especie de fantasma capaz de atravesar paredes.