DmC: Devil May Cry
Divina tragedia familiar.
Tenía la intención de comenzar el análisis hablando sobre la larga lista de sandeces que se han llegado a verter hacia Ninja Theory por este reboot, en algunos casos lanzando virotes en llamas hacia el estudio en forma de quejas desmedidas, con aspavientos y hasta ridículos llantos de sus más arraigados fans, pero creo que ello no haría sino alimentar un caldo de cultivo que seguiría haciendo un flaco favor tanto al equipo británico como al propio título. El renacimiento de una saga casi santificada como Devil May Cry supone un ejemplo a tener muy en cuenta de cómo es posible reimaginar una franquicia desde cero mientras se mantienen algunos nexos de unión con la obra original de forma singular y coherente. Y así, todo lo adyacente a DmC queda al servicio de un jugador que no es movido por la nostalgia y dirige sus pasos hacia un juego - nuevamente - de acción rápida con un estilo visual maravilloso y que admite sin arrugar el morro su devoción por un referente actual como es Bayonetta.
En primer lugar tenemos al nuevo Dante, quien ha sufrido un drástico cambio de imagen - no tanto así de personalidad - pasando de ser un madurito interesante con su pelo blanco, gabardina roja, brabuconería y chistes ácidos, a convertirse en un veinteañero despectivamente satisfecho de sí mismo, amante de la fiesta, la comida basura y que insulta más que habla. El que además, y según palabras textuales del José Luis Uribarri de RaptorTv: "tiene un largo historial de violencia y una gran perversón sexual" - lo que según se mire hasta podría considerarse un fiel reflejo de cierto tipo de juventud actual -. Una versión moderna del hijoputa de manual que Camilo José Cela definía en su "Mazurca para dos muertos", aunque en este caso Dante no oculta su condición ni procura disimularla.
Pero no es precisamente en el caza-demonios donde se encuentra el nuevo atractivo de este DmC. De hecho, la nueva imagen de Dante quiere que lo odies para después amarlo y no cesa en su empeño hasta que lo haces y comienzas a sentirte culpable por lo mucho que disfrutas con él.. El cambio más significativo es que ahora todo, absolutamente todo dentro del juego, rebosa idiotez. Lo que se refleja en la personalidad del propio Dante pero que también va más allá de que a simple vista éste sea una mezcla de Bill Kaulitz y Toby Kebbel en su papel de Johnny Quid en Rock'n Rolla.
El nuevo título de Ninja Theory es reiterada y deliberadamente estúpido, hilarante y en ciertos momentos se muestra hasta hiriente y grotesco de forma bastante gratuita. Y lo mejor es que le sienta bien. Así, el cómo pueda o se deje de comportar Dante llega a ser lo de menos cuando el primer jefe final nos llama, literalmente, "hijo de perra" en repetidas ocasiones y el segundo anda soltando frases cargadas de perlas cultivadas del tipo: "puto niñato de los cojones; voy a arrancarte los brazos y las piernas, masticarlas y vomitarlas en tu cara, luego te arrancaré la cabeza, mearé en tu boca y me cagare en tu cadáver". A lo que nuestro protagonista sólo es capaz de contestar tras vencerlo con un ocurrente: "ya no vas al baile", y quedarse tan a gusto. Todo es cuestión de estilo, de enfoque, y el que los padres de Heavenly Sword y Enslaved han querido dar a su particular visión de Devil May Cry no es sino su propia seña de identidad.
Vivimos en una época en la que los héroes de acción hipermusculados que no saben hilvanar palabras con más de dos sílabas han dado paso a metrosexuales que tienen más cuidado en no quedarse sin gomina que en revisar el cargador de su arma, pero por suerte también contamos con cosas como Los Mercenarios 2 y sus dos horas de trama de chichinabo y diálogos grandilocuentes en el que los buenos son la hostia, lo saben y así lo demuestran y los malos son malos porque sí, porque pueden. Cuando uno juega a DmC se da cuenta que éste no dista demasiado de la cinta de Simon West, donde un guión escrito a base de esputos con infinidad de risibles líneas absurdas y un protagonista - Dante - que sufre amnesia a causa de una meningitis deja todo el protagonismo a una acción que se hace casi indigesta. Y si Van Damme puede hacer de malote a sus taitantos con discutible elegancia, Mundus, rey demonio de profesión, no iba a ser menos, quien junto a su amante Lilith (la que mantiene un sospechoso parecido con Belén Esteban) pretende hacerse con el control del mundo endeudándolo y manipulando a los medios de comunicación.
Para mantener a raya a las masas, Mundus cuenta con la mayor fuente de producción de la bebida más consumida en todo el planeta, la que por otra parte es una ingeniosa forma de lavar el cerebro al sector borreguil. Como en aquel capítulo de Futurama en el que Fry, Bender y sus colegas eran adictos a un refresco que resultaba estar hecho con el viscoso líquido verde que emanaba del culo de un gusano gigante, Mundus tiene a Virility, una suerte de 7up que cuenta con las heces del demonio Succubus como ingrediente secreto, del que se dice está demostrado científicamente favorece la reducción de peso en un 21% y, lo más importante, mejora el rendimiento sexual en un 63% si se bebe a diario.
Como ya viéramos en Bayonetta, ángeles y demonios no pueden interactuar directamente con humanos, así que para controlar el cotarro los segundos se las arreglan para introducirse en el tercer reino mediante cáscaras de nuez con apariencia humana mientras los esbirros defienden sus intereses en el Limbo. Para echar por tierra los planes de dominación y demonización mundial de Mundus, una serie de rebeldes han creado "La Orden", una especie de Anonymous, con máscara de V for Vendetta incluida y liderada por un Vergil - segundo hijo de Sparda y Eva -convertido en todo un gentlement inglés, al que se le ve más dedicado a la política que a repartir estopa con su katana. En medio de todo este tinglado está Dante, quien tras una noche de desfase alcohólico acaba en la cama con dos bailarinas y recibe en su caravana a Kat, una bella bruja con aspiraciones de grafitera que alerta al Nefilim de que los seres del averno van tras él, dando el pistoletazo de salida a la mandanga de golpes.
Tras un frenético comienzo donde se nos van introduciendo poco a poco las bases de las que se compone su preciso sistema de combate, uno más que conocido por los seguidores de la saga, pues prácticamente nada ha cambiado, vemos como la propia trama vuelve a ser una simple excusa para avanzar - pues ésta en ningún momento se toma en serio - dando espadazos a diestro y siniestro a todo bicho viviente mientras asimilamos y mecanizamos la amplia lista de combos que tenemos a nuestra disposición. Un argumento y unas mecánicas a imagen y semejanza de quien controlamos: Dante es guay, suda de todo y se sabe superior a cualquier demonio que se enfrente, con lo que deja patente dicha superioridad cada vez que puede, no solo con su característica verborrea, sino también con sus coreografías imposibles. Y cuando Dante más disfruta molándose a sí mismo, nosotros disfrutamos viéndolo molar.