Donkey Kong Country Returns
King Kong.
2010 ha sido, seguramente, el año más hardcore de Nintendo durante toda esta generación. Hemos visto el regreso de su personaje estrella en el sublime Super Mario Galaxy 2, la nueva aventura de Samus Aran en Metroid: Other M, la preciosa evolución de Kirby (aunque en Europa habrá que esperar hasta el año que viene) en Epic Yarn, el retorno de Donkey Kong Country e incluso el rescate de un mito semidesconocido como Sin & Punishment. He aquí lo irónico del asunto: se critica a Nintendo afirmando que son remakes, cuando en realidad todos son juegos nuevos que ocupan su lugar propio dentro de la correspondiente franquicia. Pero no nos desviemos del tema.
Existe un axioma dentro del mundo de la moda que asegura que al final, de forma cíclica, todo acaba volviendo. Pantalones de pitillo, camisas de leñador a cuadros e incluso las horripilantes chaquetas de tweed, por increíble que parezca, volverán a estar de moda y a ser apreciadas por el público tarde o temprano. Todo vuelve, y esa regla también suele cumplirse para los videojuegos, siendo lo último de Retro Studios un excelente ejemplo de ello.
Bienvenidos (otra vez) a 1994: Donkey Kong Country Returns es un ejercicio de nostalgia medido al milímetro, en el que no falta casi ninguno de los elementos que los fans recuerdan del juego original. Y digo casi porque en esta ocasión no son los Kremlins los que roban los plátanos al simio protagonista, sino unos tikis que hipnotizan a los animales que habitan en los ocho mundos que componen el juego. El argumento no era gran cosa entonces, y desde luego sigue sin serlo ahora.
Pero todo lo demás está ahí, desde el sublime diseño de niveles hasta las míticas secuencias con vagonetas. Desde las carreras con rinocerontes hasta los barriles explosivos. Desde el atractivo y colorista estilo gráfico (esta vez renderizado en tiempo real, cosas de la evolución de la tecnología) hasta la pegadiza banda sonora. Desde los pequeños puzzles hasta la recolección de las letras que componen la palabra K-O-N-G. Todo aquello que recuerdas con cariño está en una nueva entrega que no innova, pero que demuestra ser una maquinaria jugable perfectamente engrasada.
Incluso se permite el lujo de sorprenderte por momentos, ya sea con una espectacular y preciosa fase con una puesta de sol en el fondo o con un sutil guiño a la corbata de Billy Mitchell. Puedes discutirle algunos detalles, pero es innegable que Donkey Kong Country Returns destila amor por los cuatro costados.
Uno de esos aspectos menos inspirados es el multijugador, que parece más un añadido de cara a la galería que algo diseñado a conciencia. Un jugador controla a Donkey Kong mientras el otro hace lo propio con Diddy, pero la cámara no es la más adecuada y causa algún que otro desbarajuste. Pero lo peor es que cuando ambos personajes comparten una vagoneta los dos jugadores tienen control de ella, provocando un caos en el que es imposible saber quién ha sido el que ha pulsado el botón de salto en el momento inadecuado. Es tan frustrante como imperdonable por parte de los desarrolladores.
De todas formas dudo que alguien se acerque a DKCR buscando su multijugador, y por suerte la experiencia individual no muestra ese tipo de fallos. Ahí todo está perfectamente calibrado conformando una de esas pequeñas obras de arte lúdicas que salen periódicamente de la factoría Nintendo.