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Fallout: New Vegas

La casa siempre gana.

La actual generación de consolas nos ha traído muchas y gratas sorpresas, pero pocas tan sorprendentes y reconfortantes como la reimaginación del clásico Fallout que hizo Bethesda Softworks. Dejando atrás el enfoque táctico para convertirse en un RPG de acción más tradicional, Fallout 3 se convirtió por méritos propios en uno de los mejores –sino el mejor– videojuegos publicados en 2008. El estudio encargado de tomar el testigo para la inevitable secuela es Obsidian, una decisión bastante polémica debido a que los resultados obtenidos con su último juego, Alpha Protocol, no acabaron de convencer a muchos de sus usuarios. Sin embargo, aparcad vuestros temores: el trabajo que han hecho con New Vegas es notable, y la nueva entrega de la franquicia cumple sobradamente las expectativas creadas en torno a ella.

Algo ha cambiado en este particular universo apocalíptico. Si en la anterior entrega la humanidad luchaba por sobrevivir en el páramo post-nuclear al que ha quedado reducido Estados Unidos tras una guerra termonuclear, en New Vegas se empieza a percibir la adaptación y progreso de la sociedad a este peculiar entorno. El paso del tiempo ha permitido que empiecen a crecer plantas (pocas, pero por algo se empieza), que las diferentes tribus se organicen (incluso los supermutantes empiezan a ser civilizados) y el cielo gris deja paso a un azul más acogedor. Sin embargo hay cosas que nunca cambian, y el caos y la violencia siguen reinando en un mundo en el que los débiles tienen los días contados.

Buena prueba de ello es la Legión, una facción tiránica y esclavista basada en la Roma imperial que avanza inexorable por el desierto del Mojave bajo el control de un megalómano que se hace llamar César. Frente a ellos está la RNC, un ejército republicano muy en la línea de los actuales valores americanos. Y en medio de todo ello está la ciudad de Las Vegas (rebautizada como New Vegas), en la que un siniestro personaje conocido como Señor House mantiene el órden gracias a un ejército de servorobots. También hay tribus menos importantes, como los Reyes (peculiares adoradores de la estética de Elvis), los okupas, varias sectas o la mafia de Omerta (que controla uno de los casinos del Strip), que acaban de conformar este pintoresco mundo.

Si Fallout 3 comenzaba con el nacimiento del protagonista, en New Vegas la historia arranca con su muerte. O aparente muerte, en realidad. Encarnamos a un mensajero que transporta una ficha de platino (pieza clave del argumento), pero que termina dado por muerto y enterrado en el desierto por una banda de matones. Tras ser rescatado por un robot con ademanes de vaquero y curado por un doctor bonachón, nos encontramos solos con el objetivo de cazar a nuestros asesinos y descubrir por qué nos querían ver muerto. Claro que esto será sólo el principio de una aventura mucho más compleja. Estos primeros momentos son perfectos para tomar contacto con el sistema de juego, subir unos cuentos niveles (el tope está en 30) como preparación para lo que nos depara y empezar a labrarnos una reputación en los pueblos que visitemos.

Pero en el momento de llegar al Strip de New Vegas (varias horas después de comenzar la aventura) es cuando el nuevo Fallout despega definitivamente. Se abren multitud de posibilidades, las misiones (principales o secundarias) se suceden una detrás de otra y Fallout: New Vegas te atrapa irremediablemente. La cantidad de información y secretos que se descubren conforman uno de los universos más ricos que se han visto en los últimos años (como ya lo era la Capital Wasteland de Fallout 3), provocando que las horas pasen volando sin que seas consciente de ello. Por supuesto ahí están los casinos, en los que podremos jugar a la ruleta, el blackjack o las tragaperras, como descanso a tanta acción y exploración. Con algunos personajes podremos incluso jugar al Caravan, un juego de cartas creado ex-profeso por Obsidian y que guarda más relación con la historia de la que aparenta a primera vista (el nombre ya lo dice todo, de hecho). O mantener relaciones sexuales con un robot llamado Fisto. Las posibilidades no son infinitas, pero casi.