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Gears of War 3

Hermanos de sangre.

Dicen, con parte de razón, que Gears of War es el juego que ha definido esta generación. Es el precursor del tinte marrón y los cielos grises, de la espectacularidad de la alta definición, de las mecánicas de cobertura (aunque, en honor a la verdad, las fusilara de Kill.Switch), de determinadas modalidades multijugador y de más de una buena idea a nivel de diseño. Pero sobretodo es una oda a la testosterona, con su musculada hipertrofia, sus metralletas con motosierra, su violencia visceral y su lenguaje directo y soez. Gears of War 3 tiene todo eso en grandes cantidades (no os sorprendáis, por ejemplo, cuando Marcus Fenix exclame sin tapujos "¡dime dónde está mi puto padre!" o se recree en los movimientos de ejecución), aunque también intenta hacerlo más humano con resultados desiguales.

Siendo sinceros el argumento, algo de lo que Epic se ha mostrado muy orgullosa durante los últimos meses, es quizás el apartado más flojo del juego. En un guión (obra de la escritora de varias novelas de Star Wars, fuente quizás de muchos de sus problemas) abundante en fanservice pero claramente pesimista y en el que destaca especialmente lo fútil de la guerra, la humanidad no sólo se encuentra arrinconada tras la caída de Jacinto, sino que se enfrenta a una nueva amenaza que tiñe de negro su futuro, con la extinción acechando y la Imulsión, un descubrimiento que a priori iniciaría una nueva era de prosperidad, alzándose no sólo como el origen de los Lambent, sino también como la causa de que los Locust estén más desesperados que nunca. El embargo impuesto por Microsoft "para evitar spoilers" no permite dar demasiados detalles, pero de todas formas las cosas tampoco evolucionan mucho más excepto por un par de sorpresas y giros argumentales.

GoW3 pretende dar mayor profundidad a los personajes, pero es algo que nunca se llega a materializar por completo: hay tensión sexual entre Marcus y Anya o entre Baird y Sam, pero no se resuelve ni para bien ni para mal. Personajes como Jace son adornos que pasan totalmente desapercibidos, y otros que darían más juego desaparecen de escena con una velocidad pasmosa. Incluso el momento estelar que define el destino de Carmine, algo que debería ser algo memorable tras tanta pirueta promocional, no pasa de ser bastante anecdótico. Tan sólo dos escenas sobresalen por estar medianamente bien resueltas: Cole rememorando sus tiempos como héroe local y estrella de Trashball y el emotivo desenlace para uno de los miembros del escuadrón Delta (momento acentuado con el uso de una canción muy conocida). Como supuesto cierre de la trilogía (desde un punto de vista argumental, que no jugable) es ligeramente decepcionante: todo queda muy abierto para poder hacer más secuelas y, excepto en situaciones muy puntuales, no es tan épico como querían hacernos creer.

Hermanos de sangre: En GoW3 el escuadrón Delta es más equipo (y familia) que nunca.

A nivel jugable perfecciona la fórmula y casi no se le pueden poner pegas, aunque la verdad es que aporta pocas novedades y muestra un ligero signo de agotamiento. Hay nuevas inclusiones en el arsenal, como otro tipo de escopeta, el potente Lancer Retro o un lanzagranadas de los Locust que perfora el suelo hasta llegar a su objetivo, armas pesadas más poderosas como el One-Shot o el Vulcan Cannon (una ametralladora Gatling de toda la vida) e incluso la posibilidad de montar mechas parecidos al que usaba Ripley en Aliens, pero más allá de eso sigue siendo un Gears de toda la vida con leves matices diferenciales. Hay que añadir, sin embargo, que el combate ahora es más abierto y la munición un poco más escasa, algo que contrasta con una mayor accesibilidad y menor dificultad. Si tienes experiencia en la saga es más que recomendable que empieces directamente con un nivel de dificultad alto para evitar que tu periplo por Sera se convierta prácticamente un camino de rosas.