L.A. Noire
Han sabido dar la cara.
Es curioso cómo se han cruzado los videojuegos, el cine y la televisión. Mientras que algunos géneros triunfan en todos estos medios como la fantasía, los superhéroes o el terror, hay otros con un protagonismo muy desequilibrado.
El género policial es sin duda la estrella en la televisión de hoy en día. Lo hemos visto del derecho y del revés, hemos pasado por todos los departamentos habidos y por haber –víctimas especiales, forenses, criminalistas, investigadores de casos abiertos, secuestros, marines, ¡perros policía!-, por todas las localizaciones –la Nueva York de CSI o la de Ley y Orden, el Kentucky salvaje de Justified...- y por personajes carismáticos y perspicaces como Gideon en Mentes Criminales u otros más descarnados como por ejemplo Idris Elba en Luther.
Ya teníamos ganas de entrar en universos así en los videojuegos. De ir al sótano de la comisaría y conocer al forense para que nos diga cuán retorcido es el asesino, de caminar por la escena del crimen en busca de pistas, de interrogar con furia a sospechosos que se pasan de listos y de relacionar pistas para desenmascarar una conspiración que implica a altas esferas de poder. L.A. Noire es una primera y contundente respuesta a todo eso.
La historia se desarrolla en una fantásticamente bien recreada Los Angeles en los años 40; una ciudad brillante pero llena de cicatrices. Tras las notas de blues y los verdes, azules y naranjas que pintan las relucientes carrocerías de unos coches que empezaban a rugir con alegría hay un mundo sórdido y complejo. La guerra y sus secuelas, el boom de la construcción y la explosión de la industria del cine y todo su dinero, las pobres muchachas de provincias que van a castings sabiendo que no son solo castings, la ambición desmedida y la presión de tener que levantar un país, una industria y, sobre todo, un estilo de vida.
Llevamos a Cole Phelps, interpretado por Aaron Staton, que muchos recordaréis por su papel de Ken Cosgrove en Mad Men. Y lo hacemos justo desde que vuelve condecorado de Okinawa y vistiendo un sencillo uniforme azul y patrullando las calles. En efecto, al principio no somos más que un agente raso prometedor y con ambición y aprovecharemos la menor oportunidad para que los de arriba se fijen en nosotros.
Es bastante interesante la evolución del personaje, que pasa de departamento en departamento; primero las calles, luego tráfico, homicidios y después antivicio e incendios –no es ningún secreto, lo vemos en la libreta desde el principio-.
Esa libreta es la herramienta central de la mecánica de L.A. Noire. La historia se estructura en distintos casos que a su vez se dividen en lugares, sospechosos y pistas. Normalmente el punto de partida es cuando nos llaman para que acudamos a la escena del crimen e investiguemos el cadáver y los alrededores.