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Mercenaries 2: World in Flames

Sin novedades en el frente.

Delta Force, Invasión USA, Águila de Acero, El Guerrero Americano… Cuántos bonitos recuerdos infantiles vienen a la mente al recordar aquellos años 80 en los que aún se mantenía en pie el telón de acero y los sueños belicosos de niños como yo se llenaban de imágenes de Chuck Norris o Michael Dudikoff repartiendo cera a centenares de esbirros del mal con gorras rojas. No sabíamos por qué luchaban. No sabíamos contra quién lo hacían. Pero no nos importaba, salían airosos y un chirriante y patriótico solo de guitarra sobre los créditos finales era un premio más que suficiente a su valor y a nuestra atención.

Eran tiempos de todo o nada para héroes toscos, brutales, superficiales y para películas con altas dosis de destrucción y Jeeps que explotaban junto a barriles de gasoil en junglas de papel maché y cristal de azúcar… Y exactamente así es Mercenaries 2: World in Flames. Secuela de Mercenaries: Playground of Destruction (PS2/Xbox) y disponible para PS2, PS3, Xbox 360 (versión analizada) y PC, la nueva entrega de Pandemic Studios que ahonda en la receta de dejarnos sentir la ambigüedad moral y mortal del mundo de los soldados de fortuna a base de dejarnos juguetear en una irreal Venezuela plagada de cosas que hacen ¡PUM!, primero y ¡CATAPUM!, después.

Esta vez… es personal.

Tras una breve introducción en un capítulo que hace las veces de tutorial y de motivación argumental para el juego (¡Traición, os digo!), nos encontraremos encarnando a uno de los tres avatares que el título nos ofrece y que se deja manejar dentro de los esquemas clásicos de los juegos de acción en tercera persona: stick derecho para apuntar, izquierdo para moverse, etc. En menos de un minuto ya sabremos cómo hacernos con vehículos, cómo disparar a los enemigos (a los civiles no, que sale muy caro) y andaremos camino de establecernos en una boyante situación en el pujante mercado de los guerrilleros a sueldo, ofreciendo nuestros servicios a buen precio a las diferentes facciones que pueblan el universo de Mercenaries 2. Saber mantener las distancias y el equilibrio entre todas ellas será indispensable para poder progresar en nuestras ansias de venganza. Sacaremos provecho de los apoyos y ventajas –en forma de bonuses y ayudas sobre el terreno- que cada uno de estos grupos nos ofrecerá.

Iremos alternando, pues, entre los tres niveles de juego que Mercenaries 2 nos ofrece: misiones principales (que harán que avance la historia), misiones secundarias (principalmente robo de suministros y dinero para financiar nuestra vendetta personal o eliminación de objetivos por encargo), superar pruebas y retos en nuestra base de operaciones, o simplemente dedicarnos a hacer el cabra por el mundo. Y aquí es donde el título comienza a mostrar su auténtica naturaleza y empezamos a sentir algunos de los sinsabores que nos puede deparar.

Mercenaries 2 cumple con lo que promete y, si uno se mantiene dentro de esas expectativas, seguramente no saldrá decepcionado. Ahora bien, tampoco caben las sorpresas ya que, sin flojear alarmantemente en ningún aspecto –quizás el sonido sea su punto más débil–, tampoco sobresale en nada. En casi todos sus costados se las arregla para dar una de cal y otra de arena: lo que ofrece como pilar central (combate y “táctica”) no resulta todo lo variado que debiera pero, al no ser especialmente largo, no cansa. Por otro lado, deja entrever un enorme potencial para la diversión (conducción y comportamiento libres) que –no obstante– no permite explotar adecuadamente porque se sale completamente de lo que se supone que es la mecánica real del juego. Quizás donde mejor se refleja este potencial suyo es en el juego online, más permisivo y abierto a la hora de dejarnos hacer y deshacer a nuestro gusto y a experimentar con un motor de físicas –Havoc– que en esta ocasión no termina de ofrecer unos resultados tan satisfactorios como en otros ejemplos de grato recuerdo para todos.