PS2: 10 años, 10 juegos
Estos son nuestros imprescindibles.
ICO
por Jaime San Simón
De ICO se podrían escribir artículos de decenas de páginas y probablemente nos quedaríamos cortos. Juego icónico donde los haya, la primera obra de Fumito Ueda no deja un sólo detalle al azar. Fruto de esta obsesión por la perfección aparece un elemento que para mi define como ningún otro el carácter de la obra.
Cuando estamos cogiendo de la mano a Yorda para guiarla a través del castillo, el mando vibra ligeramente a intervalos. Con el tiempo, esa vibración logra sacarla de la pantalla y terminamos por establecer una conexión física con nuestra refulgente acompañante. En cada ocasión en que la soltemos a partir de ese momento y dejemos de sentir su pulsación nos sentiremos incómodos, notaremos que nos falta algo. Yorda ya es parte de nuestra vida y ha pasado de una forma tan natural que ni nos hemos dado cuenta de que Ueda ha conseguido su objetivo.
ICO enseñó a toda una generación que no son necesarias escenas de vídeo, diálogos ni música rimbombante para emocionar, que se podía alcanzar la perfección a través del minimalismo, que a través de elementos tan pequeños como una breve vibración se puede vertebrar uno de los juegos más grandes jamás creados.
Katamari Damacy
por Pedro Tonda
Aunque Katamari Damacy nunca llegó a ser publicado en nuestro país –al contrario que We Love Katamari, secuela directa e idéntico mecanismo de juego–, acabó consiguiendo lo que muy pocos títulos, en su mayoría RPGs, habían hecho hasta la época: enganchar a toda una legión de jugadores occidentales siendo un producto descaradamente nipón.
Con un argumento absurdo e hilarante, Keita Takahashi nos ponía en la piel de una singular criatura cuyo objetivo primordial era rodar un elemento esférico, el Katamari, capaz de adherir cualquier tipo de objeto o ser vivo de un tamaño similar o menor al mismo, con la consecuente retroalimentación aumentando el tamaño de nuestra particular pelota multicomponente. Y eso es todo. Un concepto tan simple pero a la vez tan divertido, y tan, tan adictivo.
Su éxito radicó en tres elementos diferenciales: su controvertido pero genial manejo del Katamari, un estilo desenfadado e irreverente a cualquier otro título publicado hasta la fecha, y el pertenecer a un género difícilmente clasificable. Aunque eso sería faltar a la verdad: si hay algo de lo que esta magnífica saga puede presumir, es de pertenecer al género de la adicción.