The Legend of Kage 2
O cómo vender un juego de NES como si fuese nuevo.
Hacer negocio abriendo fosas tiene el inconveniente de que a menudo huelen muy, muy mal. Pero llega un momento en el que ya estás ahí, después de intentarlo varias veces, y aunque te cueste asumir que hace unas décadas ese gurruño fétido del nicho era una joven despampanante de pechos turgentes, tienes que hacerlo. La miras fijamente, algo te dice que pares, te preguntas qué dirá tu mujer, pero ruge el estómago y ese Audi R8 de la entrada no anda sólo… ¡Que me parta un rayo!, piensas. Es un cadáver, sí, pero ahora es mí cadáver.
Por muy esperpéntico que parezca el párrafo, se ajusta como un guante a lo que supone para Taito este The Legend of Kage 2. Por un lado tenemos al clásico título de ninjas de NES con su entrañable “savoir faire”, un venerable abuelete que fuma tabaco en pica sin dar un ruido y que cae bien a las visitas. Por otro, está esta entrega, el adolescente chillón, odioso y desagradable a partes iguales, al que nunca es demasiado tarde para soltarle una bofetada. Coquetea con las drogas y no se le conoce oficio; y ni mucho menos está llamado a dar grandes giros a su vida ni a la de los suyos. Un “bala perdida” por así decirlo. Algo va mal. A pesar de ser la viva imagen de su abuelo, todo parece distinto. Ni tiene su sex appeal, ni aquel don de gentes tan encantador. ¿Qué ha pasado?
En Eurogamer lo tenemos claro. The Legend of Kage 2 es una propuesta a medio camino entre la secuela y el remake, con aspiraciones a vivir de las rentas, sin definición y nula intención de progresar como saga. Y así poco puedes conseguir en un mercado tan saturado como el de la portátil comunista de Nintendo.
Ey tíos, no sigáis, ya puedo oler la caca desde aquí, diréis. Tampoco queremos transmitir eso, querido lector. Es decir, The Legend of Kage 2 es un título de la parte media de la tabla que no hace méritos para ser despreciable pero que no te puedes descuidar al jugarlo. Si lo compras sabes que vas a por una mecánica de hace veinte años con gráficos de serie B, un control regulero y sin muchas excelencias ni pretensiones. Lo que había es lo que hay. Fin de la historia.
De nuevo controlaremos al ninja Kage que, esta vez, tiene la misión de rescatar a una princesa… o sacerdotisa, o vete tú a saber qué, porque la verdad, la historia es cuanto menos ridícula y ni exige ni invita a seguirla. Resumiéndola para los más inquietos: los demonios quieren desbancar a Tokugawa, que parece ser el señor de esas tierras, para hacer sus cosas malvadas de demonios en lugares nuevos, llevándose por delante cuanta más gente mejor. Pero un poder superior te ha elegido para detenerlos, así que afila tu hoja y a por ellos.
Acabamos de decir que durante el juego controlamos a Kage, pero no es del todo cierto. Al empezar la partida tenemos la opción de elegir entre dos personajes, el susodicho ninja y Chihiro. Las repercusiones argumentales de esta decisión son puramente testimoniales, pero afecta mínimamente a la jugabilidad. Kage es el ninja clásico, más conservador, que combate con katana y shurikens, como en el juego original, mientras que Chihiro opta por la innovación y descuartiza enemigos con una hoz.