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StarCraft II: Wings of Liberty

El ajedrez del siglo XXI.

En términos de duración, aunque solamente tengamos a nuestro disposición la campaña Terran lo cierto es que es muy similar a la de su predecesor, unas 15-20 horas como se acostumbra en este tipo de RTS. En cambio, donde sí que ha ganado en todo es en lo referente a lo narrativo, que es donde mejor se nota el paso de los años, y no hablamos solo de gráficos, sino del desarrollo de la historia. Las antiguas escenas habladas en la que se nos iba relatando el argumento y los diálogos han sido substituidas por escenas entre misión y misión que bien podrían formas parte de una película de animación. Es también durante misión y misión que en la piel de Raynor podemos deambular por diferentes espacios que van desde una cantina, el centro de mando de la nave Hyperion, o hasta en el mismo campo de batalla. En estos escenarios, que por cierto, están recreados con gran detalle podemos desde hablar con los personajes y profundizar en la historia tanto como nosotros queramos, hasta potenciar nuestras unidades, realizar investigaciones o simplemente cambiar de canción, ver los informativos de televisión o echar unas partidas una máquina recreativa.

Lo bueno de este nuevo sistema de progresión de la historia es que a veces nos brinda la posibilidad de escoger la misión que queremos llevar a cabo (en un momento tenemos hasta cuatro misiones diferentes a escoger), pero aún más importante es que en determinados momentos debemos tomar decisiones importantes y decantarnos por hacer una u otra cosa o confiar en uno u otro personaje. No es algo que cambie el rumbo de la historia, pero sí que tendrá sus consecuencias sobre el propio juego, donde contaremos con unas u otras unidades durante la partida.

Como ya pudimos ver hace unos años en Warcraft III, una vez sobre el campo de batalla también asistiremos al desarrollo de los acontecimientos de la historia mientras estamos en medio de la partida; aunque también es cierto que esto pasa sobre todo al principio, y luego se va diluyendo para dar todo el protagonismo narrativo a las escenas no jugables. Ahora bien, lo que no se le puede echar en cara a Blizzard es que la campaña sea repetitiva y poco inspirada, porque en general es para sacarse el sombrero. Casi todas las misiones son diferentes, y esto es así en parte porque en el fondo la campaña no deja de ser un gran entrenamiento para el verdadero plato fuerte, que es el multijugador.

Durante las misiones del modo historia nos daremos cuenta que poco a poco se nos van presentando todas las unidades. En cierto sentido el juego ha sido construido como un ejercicio de progresión cuyo destino final es el hiper-competitivo modo online. Aunque está cantado que los veteranos de StarCraft pasaréis bastante del modo historia los primeros días yo os recomiendo dejaros caer no tan solo para disfrutar por del argumento, sino también por todos lo desafíos que se nos propone superar en estas misiones que suelen rondar los 30 minutos de juego. Además, los cinco niveles de dificultad que hay para escoger pueden dar mucho juego para todo tipo de jugadores.

Y sí, arruinarle la partida a un desconocido por Internet utilizando unidades invisibles es lo más de lo más, pero no hay que olvidar los grandes momentos que nos deparan las misiones del modo historia, en muchos casos nos encontraremos ante auténticas clases maestras en lo que se refiere al diseño de niveles. Quizás en muchos de estos niveles os sorprendáis a vosotros mismos soltando un 'serán cabrones' [con cariño a Blizzard] mientras esbozamos media sonrisa y decidimos reiniciar misión para enmendar nuestro error. ¿Ejemplos? Pues tendríamos misiones como aquella en la que dominamos a una unidad bestial llamada Odín, otra en la que debemos destruir unos trenes antes de que lleguen a su destino, o un nivel con un estilo Diablo pero simplificado que os sorprenderá en las postrerías del título. También tiene sus niveles coñazo, como aquel en que debemos acabar con un mapa lleno de enemigos, pero por lo general la mayoría son una delicia.